Aprender a caminar implica caerse, y esas caídas no son errores, sino pasos necesarios en el proceso. Imagina a un bebé que tropieza una y otra vez al dar sus primeros pasos. Desde su limitada percepción, podría verlo como un fracaso, pero sus padres, con una visión más amplia, se alegran, porque saben que cada intento lo acerca a su objetivo. De manera similar, en el fútbol, pocas jugadas terminan en gol, pero cada esfuerzo es indispensable para alcanzarlo.
Así ocurre en la vida: los obstáculos y aparentes errores no son fracasos, sino piezas esenciales del crecimiento. Nos frustramos cuando creemos que hemos fallado, sin darnos cuenta de que esos desafíos son precisamente los que nos preparan para algo mayor. Si entendiéramos que cada tropiezo nos impulsa hacia adelante, cambiaríamos nuestra perspectiva. En lugar de resistencia, sentiríamos gratitud, comprendiendo que las caídas no son barreras, sino escalones en nuestro camino hacia el propósito.
Desde la visión de la Kabalá, cada experiencia que la vida nos ofrece es exacta y necesaria. No hay accidentes ni errores, solo oportunidades de aprendizaje. Lo que determina si una experiencia se convierte en un peldaño hacia el crecimiento o en un obstáculo que nos detiene es la manera en que la interpretamos. La experiencia en sí es neutra; es nuestra percepción la que la transforma en victoria o en derrota, y es esta interpretación la que moldea nuestro siguiente paso en el camino. La verdadera libertad radica en elegir cómo vivimos cada momento, sabiendo que cada caída es, en realidad, un impulso hacia nuestro verdadero potencial.